....Historias de burkas y abayas, de inmigrantes e itinerantes.....

Un recorrido por los países árabes donde la vida me puso por causalidad.... Bienvenidos a mi oasis literario....

lunes, 18 de octubre de 2010

Multadas por comer chicle en el Metro... Ya Haram!!


Después de casi dos años y medio en estos pagos me viene a pasar una cosa así. Jamás pensé que por una inocente goma de mascar se armaría tanto revuelo…

Sábado, casi 2 de la tarde en Dubai. Un día muy ameno, una temperatura ideal, y un lindo plan para pasar la tarde con amigas. Nos encontramos con Esme, mi belly-amiga española, para luego juntarnos con otras dos amigas en el Dubai mall. Nos dirigimos a la Khalid Bin al Walid Station para tomar el Metro que nos dejaría en la estación cerquita del Shopping mall.  

Mientras esperábamos, le ofrezco una goma de mascar de menta y nos abrimos paso entre la gente; entonces subimos al tercer vagón. Estábamos conversando, de pie, y vemos venir a una de las guardias que controlan las tarjetas. Como es rutina, nos pide el pase y continúo conversando con mi amiga mientras se lo muestro. Me llevo una sorpresa cuando la señorita regordeta y cubierta con la vestimenta local (abaya negra y niqab) no me lo devuelve y me pregunta “¿do you have chewing gum?”. La pregunta me descolocó un poco y, sonriendo le digo que sí, pensando “pues que descarada de pedirme un chicle”. Pero no me da tiempo a terminar con mis cavilaciones y me pide mis documentos: “ID please”. La miro desconcertada¸ y le pregunto para qué quería mi identificación. Sarcásticamente me mira, con una mirada como de quien está a punto de conseguir su trofeo, y saca un folleto que despliega con cierta habilidad y muestra un párrafo donde dice que está prohibido comer y beber dentro del Metro, y entre paréntesis está aclarado “incluido goma de mascar”; le hace un circulito con el marcador de tinta azul y debajo escribe “100 dirhams” (30 dòlares): “me acompañan por favor y se bajan conmigo, tienen que pagar la multa”. Así la acompañamos. Desconcertadas. Atónitas. Aturdidas. Sin saber si reír o llorar, aunque en la siguiente hora y media tuvimos de ambas cosas.
La prueba del delito
Desde el principio negamos con firmeza que no teníamos el dinero para pagar, que estábamos con dinero justo para regresar; y con la misma firmeza nos contestaron que pagaríamos de todos modos, allí mismo o en la estación de policía.

Fue en vano suplicar, llorar, patalear y decir una y mil veces “Walla!! (te lo juro por Dios), porque estaban dispuestos a no ceder. La mujer que nos sacó del vagón como un perro que arría ovejas fue la que estaba más firme. Fue ella la que nos miró con una mirada dura, fría, y cargada de rencor y muchas otras cosas que vi en sus ojos pero no vienen al caso mencionarlas, por su falta de decoro.  Fue ella la que tenía la última palabra en cuanto a la decisión de cobrarnos o no; porque al principio nos iba a hacer pagar 100 dirhams en total, pero luego de suplicar y de pedir hablar con el encargado nos subió la apuesta. Ella sabía que ganaba. La afrenta era con nosotras; lo supimos por su sonrisa burlona por lo bajo, su forma de hablarnos despectivamente y por su energía sucia que nos hizo sentir tan mal. Hablamos 3 veces con el encargado (por teléfono), y nos contestó que no había forma, debíamos pagar.

Los malos de la pelicula
Después de tanta bronca mezclada con impotencia, cedió la resignación. Y pagamos. A todo esto tuvimos que llamar a otra amiga que ya iba en camino a encontrarnos en el mall, para que venga a figurar que nos traía el dinero, porque después de más de una hora diciendo que no teníamos era muy arriesgado sacar los 200 dirhams como por arte de magia. Así que vino Karina y quiso ayudarnos. Les habló, les suplicó, les explicó todo lo mismo que habíamos explicado, mientras que esta señorita de nombre Wadha (porque luego anoté su nombre) se reía por lo bajo. Poco le duró la paciencia a Karina, y comenzó a subir el tono de voz hasta que dijo la palabra prohibida. Entre tantas idas y venidas dio a entender que esta sociedad árabe quería “joder” a los turistas en vez de ayudarlos”. Explícitamente usó la palabra “fuck”. Adentro Karina; la llevaron a un cuarto aparte para que se explique acerca de lo que había dicho ya que otra de las mujeres (compañera de Miss. Zorra) la acusó de hablar en contra de su cultura y su religión. Pasó; después de 15 minutos nuestra amiga que había venido a ayudarnos y se hundió junto a nosotras, ya estaba afuera y la esperábamos con nuestras boletas en mano de la multita que habíamos pagado.

Nos dirigimos al mall donde nos esperaba otra amiga –en taxi, claro- con un chicle en la boca, y tratando de serenarnos por el momento que habíamos pasado.
Demasiado. Esta bien que se atengan a las reglas. Pero demasiado es demasiado. No debería pasar esto con los turistas. No hicimos nada que ofenda, y ni siquiera hay un cartel visible que explique que no se puede comer chicle.

Otra historia más para contarle a mis nietos el día de mañana: entre camellos, desierto y bellydance, la historia del chicle seguro va a ser una de las más repetidas.

                     NO AL CHICLE

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