Boudi abrió la puerta del camarín y se derrumbó en el sillón. “Estoy muy cansado”, me dijo; y luego cerró los ojos y se dispuso a reposar 15 minutos, tiempo que restaba para el siguiente show, que era el mío. Eran las 3 de la mañana, y aún quedaban unas cuatro horitas más por delante. En Túnez, los artistas, músicos y trabajadores de los “restaurant spectacle” son vampiros.
En este país del norte de África la noche es eterna. Cuando llego a trabajar aquí, me lleva una semana adaptarme al horario, ya que comienzo a trabajar a la hora en la que en Emiratos o Líbano me voy a dormir. Los bostezos esos primeros días son inevitables, pero la energía de cada show es incomparable, y no hay nada en contra cuando se escuchan los primeros acordes de un buen ritmo tunecino.